En el mundo digital actual, nuestros datos personales se recopilan, almacenan y venden más que nunca. Cada vez que nos desplazamos por las redes sociales, compramos en línea o simplemente navegamos por Internet, dejamos tras de sí un rastro de información que las empresas y los gobiernos están ansiosos por recopilar y utilizar.
La privacidad de los datos se ha convertido en una preocupación más seria de lo que la gente cree, y ya es hora de que empecemos a ocuparnos de ella.
En el centro del problema está el poder que las grandes empresas tecnológicas tienen sobre nuestra información personal.
Empresas como Facebook, Google y Amazon recopilan enormes cantidades de datos sobre nosotros. Conocen nuestros intereses, hábitos y mucho más. Sin embargo, la mayoría de nosotros no tenemos ni idea de cómo se utilizan estos datos o quién accede a ellos.
Una de las principales preocupaciones es que estos datos a menudo se venden a terceros, sin nuestro consentimiento informado, lo que conduce a la manipulación de nuestras experiencias en línea e incluso de nuestras decisiones en el mundo real.
Por ejemplo, durante las elecciones presidenciales de 2016, el escándalo de Cambridge Analytica sacó a la luz cuántos datos personales de los usuarios de Facebook se recopilaban para crear anuncios políticos más atractivos.
Estos anuncios estaban diseñados específicamente para influir en la opinión de los votantes, a menudo aprovechando información errónea sobre temas que los usuarios mostraban que les importaban. Evidentemente, la preocupación por cómo las empresas pueden hacer un uso indebido de nuestros datos personales con fines lucrativos y de influencia dista mucho de ser una novedad.
Los datos personales también se prestan a alimentar la desinformación. Los algoritmos de las redes sociales, que utilizan nuestros datos personales, están diseñados para mantenernos enganchados.
La mayoría de las veces, esto expone a los usuarios a contenidos sensacionalistas o divisivos que dificultan sacar conclusiones razonables. Tenemos que recuperar el control sobre cómo se utilizan nuestros datos para dar forma a los contenidos que vemos y a las opiniones que nos formamos.
Muchos creen que la solución está en la regulación gubernamental.
Los países de la Unión Europea ya han promulgado leyes estrictas sobre privacidad, como el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD). En virtud de dichas leyes, se exige a las empresas transparencia sobre cómo se recopilan y utilizan los datos personales, y las personas pueden solicitar acceder a sus datos y eliminarlos.
Estados Unidos debería seguir el ejemplo e implantar leyes de privacidad de datos más estrictas a escala nacional; aquí, la normativa sobre datos simplemente no es tan amplia.
Aunque existen algunas leyes estatales, como la Ley de Privacidad del Consumidor de California (CCPA, por sus siglas en inglés), es necesario llevar estas medidas al siguiente nivel.
Nuestra información personal está cada vez más en juego en el entorno digital actual y, sin una normativa más estricta, la manipulación y el uso indebido nunca se detendrán. Los gobiernos deben dar un paso al frente e introducir leyes integrales que protejan nuestros datos, responsabilicen a las empresas y garanticen que nuestra privacidad no es una mercancía más.
Hasta entonces, no seremos más que puntos de datos en el esquema lucrativo de otra persona. Y esa es una realidad que no podemos permitirnos ignorar.